«No, Gijón no es la mejor ciudad del mundo y es hora de explicar por qué»

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El nuevo diseño de reforma de El Molinón - Enrique Castro 'Quini'
El nuevo diseño de reforma de El Molinón - Enrique Castro 'Quini' Real Sporting de Gijón

La polémica sobre el Molinón y el mundial 2030 retrata una sociedad dividida entre quienes viven en una autocomplacencia pacata y quienes aspiran a construir una ciudad mejor. Recuerda al conflicto entre muselistas y apagadoristas que a finales del siglo XIX retrasó el proyecto de El Musel, y por tanto la industrialización de Asturias, durante casi 30 años

05 mar 2024 . Actualizado a las 18:24 h.

No, Gijón no es la mejor ciudad del mundo. En la primera secuencia de la primera temporada de The Newsroom, el personaje interpretado por Jeff Daniels protagoniza un polémico diálogo que sólo el talento de Aaron Sorkin es capaz de escribir. Durante un coloquio en una universidad, una estudiante le pregunta a la estrella de la televisión encarnada en Daniels que explique por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo. Durante unos segundos, el presentador duda. Intenta morderse la lengua. Pero acaba diciendo: «No lo es. Estados Unidos no es el mejor país del mundo». Y entre los abucheos de la mayor parte del auditorio, enumera una lista de razones que en su opinión explican por qué hay otros muchos lugares del planeta en los que se vive mejor, en los que hay más protección social y en los que la gente es más feliz.

Ocurre lo mismo con Gijón. Y con Asturias. Gijón ye mundial pero no es el mejor lugar del orbe. Para los gijoneses que vimos a Quini y Ferrero no hay otro lugar como El Molinón. Para quienes aprendimos a nadar en San Lorenzo no hay otra playa que se le asemeje. Pero solo el aldeanismo más pacato, la ignorancia más provinciana nos pueden llevar a pensar en serio que Gijón es la mejor ciudad del mundo. Por diferentes circunstancias, en el último medio siglo he tenido la suerte de visitar más de cincuenta países. He estado en sitios fascinantes, paradisíacos, inmensos, dolorosamente bellos. También en lugares cochambrosos, peligrosos, descorazonadores… Llevo más de 25 años viviendo en Galicia, donde me han tratado mejor de lo que nadie puede esperar y donde encontré a la persona más importante de mi vida. No creo que jamás vuelva a ser tan feliz como lo fui durante los veranos en Los Barrios de Luna, mi pequeño Macondo. Pero cada vez que entro por la Cruz de Ceares y bajo Ramón y Cajal se me eriza la piel. No hay otro pedazo del planeta al que quiera tanto. Nunca he engañado a nadie: mi lugar en el mundo se llama Gijón.

Pero les voy a contar un secreto: para los coruñeses, el mejor lugar del mundo se llama A Coruña. Y para los vigueses, Vigo. Y para los donostiarras…

No, Gijón no es el mejor lugar del mundo. Al contrario, y pese a lo muchísimo que me pesa reconocerlo, es una ciudad que se ha ido estropeando a pasos agigantados conforme ha ido avanzando el siglo XXI. Una ciudad que vive de recuerdos, varada en las finales no ganadas por el Sporting, en el óscar de Volver a Empezar, en las derrotas de la reconversión industrial. Una villa grandona que empequeñece, en la que con exasperante conformismo hemos asumido que los tiempos de esplendor en la hierba no regresarán.

El nuevo diseño de reforma de El Molinón - Enrique Castro 'Quini'
El nuevo diseño de reforma de El Molinón - Enrique Castro 'Quini' Real Sporting de Gijón

Es cierto que estamos olvidados, situados en la periferia de la periferia. Que somos los más pobres, los más viejos y los más aislados de todo el norte español, ya de por sí decadente. He citado a Gijón y Asturias centenares de veces cuando por el mundo me han preguntado de dónde vengo. También a Galicia y A Coruña. A mucha gente le suena el Deportivo de Bebeto, el Camino de Santiago, desde luego Amancio y Zara. Nadie ha oído hablar jamás de Quini, del Molinón ni del Sporting. Y aunque nos guste echarle la culpa a los ministros de Fomento, a los gobiernos del PP y del PSOE, a los burócratas de Bruselas, del atraso de Asturias solo hay un culpable: nosotros. Pero es una infalible divisa para los mediocres levantar el puño, cantar el Asturias de Víctor y echarle la culpa al prójimo. No es un invento genuino astur: lo llevan haciendo Pujol y sus discípulos desde hace 50 años.

La polémica de estos últimos días recuerda como dos gotas de agua a un episodio que cada vez menos gente recuerda, el del traslado del puerto desde el Muelle de los Jardines de la Reina al Musel actual, decisión que puso la primera piedra de la Asturias industrial del siglo XX. En 1862, el ingeniero Salustiano González presentó en el ministerio de Obras Públicas el proyecto del puerto del Musel. Pero parte de la sociedad local combatió la idea por considerarla muy cara, irrealizable, porque llevaban la rada muy lejos de la ciudad. El debate dividió la ciudad entre muselistas y apagadoristas. Cada bando tuvo sus casinos, sus industrias, incluso sus periódicos. Los apagadoristas defendían el que se llamó puerto del Apagador, por la forma de apagavelas que tenía en los planos. Y cuyo proyecto consistía en ampliar el viejo puerto local hacia lo que hoy es el Natahoyo. Los muselistas, más progresistas, defendían hacer un nuevo muelle de carga y pasajeros, que pudiera albergar barcos de mayor tonelaje y desarrollar la parte Oeste de la ciudad como uno de los grandes polos industriales del país. Los apagadoristas, liderados por pequeños navieros locales, defendían la opción miope porque pensaban que saldrían perjudicados con la llegada de nuevos competidores. Los primeros eran empresarios mineros que querían El Musel para exportar el carbón y llegaron a lanzar su propio periódico, a cuya cabecera llamaron igualmente El Musel. Los segundos eran, además de los mencionados navieros, pequeños comerciantes y la rancia burguesía local, defendidos por el diario El Comercio. ¿Les suena de algo? La historia acabó como todos sabemos. Ganaron los muselistas pero muchos no vivieron para contarlo, porque la polémica retrasó lo inevitable durante 27 largos años.

El listado de tropelías cometido en los últimos días por la actual alcaldesa, Carmen Moriyón, le va a hacer, le ha hecho ya, un daño irreparable a la ciudad. Por la ocasión perdida, por las expectativas frustradas. Por el mensaje de conformismo que ya está calando en la sociedad local y que, lo más triste de todo, se traslada a los pocos críos que tenemos. Yo ya me fui y no volveré, pero albergaba la esperanza de que mi sobrina y mi ahijada se pudieran quedar. Cada vez soy más pesimista y este altercado ha confirmado todos mis temores.

Lo explicó muy bien en una entrevista de radio Diego del Valle, cabeza visible de la oposición accionarial contra la anterior propiedad del Sporting: la alcaldesa tenía la oportunidad de elegir entre ser Málaga o ser Palencia y, con todo el respeto para los palentinos, que ninguna culpa tienen, eligió la segunda opción. ¿Por qué? En el fondo de su corazón solo lo sabe ella, porque su manera de proceder invita a vislumbrar una personalidad insegura y a la vez dictatorial. Solo en el ordeno y mando se entiende el comunicado en el que acusó a Orlegi de irresponsabilidad. Una empresa, nadie debería olvidarlo, que en el último año y medio ha invertido más de 50 millones de euros en el municipio (como si inversiones foráneas de semejante magnitud llegaran todos los jueves), que recuperó la moral del sportinguismo, dañada durante décadas por la inacción y la estulticia de una estirpe de ladrilleros de cuyo nombre es mejor empezar a olvidar. Y solo en el aquí estoy yo, y en el convencimiento de estar por encima del bien, del mal e incluso de creerse inmune a la fiscalización de sus actos, se entiende el disparate de los puñeteros mupis con una campaña institucional (Gijón ye Mundial) sobre la negativa a que la ciudad sea sede del Mundial de fútbol del 2030.

Sí, doctora Moriyón, Gijón ye Mundial, pero su Gijón es cada vez más pequeño, más corto de miras y más provinciano. Y empieza a haber gijoneses que si hubiera elecciones hoy se plantearían votar a Pepín Braña porque piensan que, puestos a apostar por nacionalismo gijonés gañán y orgullo playu, al menos compremos la versión más simpática.

En este mandato, hasta el dislate de los dichosos mupis, los tres principales hitos de Moriyón habían sido devolver una antigualla como los toros a una plaza a la que ya solo van la alcaldesa y sus amigos, restablecer el tráfico por unos carriles del Muro por los que apenas pasan coches y dársela con queso a Vox. Esto último, todo hay que decirlo, para alivio de casi toda la ciudad. Se acabó. Se acabó Vox, se acabó el sueño del nuevo Molinón y para muchos gijoneses se acabó Carmen Moriyón.

La doctora en cirugía llegó a la alcaldía en el 2011, en lo peor de la crisis económica, como un soplo de aire fresco, tras décadas de rodillo socialista. Personalmente, me creí su discurso de toma de posesión en el que, con genuina emoción, aseguró que nunca antes había imaginado ser alcaldesa de la ciudad. En los dos primeros mandatos hizo lo que esperamos de cualquier político: no creó problemas donde no los había, fue aseada con las cuentas y desmontó parte de la arquitectura clientelar que durante un cuarto de siglo había montado el arecismo. Como decía el periodista radiofónico José María García en referencia a Mariano Rajoy, por donde pasó no manchó, aunque por donde pasó tampoco limpió. Nuestro discurrir por el mundo no deja de ser un juego de contención, de hacer solo lo inevitable, y ahí Moriyón parecía también ser doctora. Como José Manuel Palacios, habría pasado a la historia por estas cualidades tan poco españolas pero tan necesarias en los tiempos que corren.

La trifulca que montó en las últimas dos semanas a cuenta del Mundial 2030 la condenan en cambio a pasar a la historia como la alcaldesa que le rió las gracias, por no decir que fue cómplice, de los anteriores propietarios del Sporting, como ella vecinos de Somió, y que le sacó las uñas a los primeros que vinieron con ganas de cambiar las cosas, a quienes ha declarado la enemistad sin cuartel. Por detrás, con nocturnidad y con alevosía, para mayor escarnio del sportinguismo. Una alcaldesa apagadorista casi siglo y medio después.

Lleva las de perder, porque los mexicanos han puesto mucha plata encima de la mesa y no son idiotas. Así que en el 2030 veremos el Mundial por la tele. En mi casa de Oleiros hay sitio hasta completar aforo. Y seguiremos sin estación de tren ni autobús, sin metrotren, con el Solarón convertido en un gran parque de bolas, sin un maldito hotel de cinco estrellas y con el Molinón cayendo literalmente a cachos. Y probablemente tendremos a otra persona en la alcaldía.

Eso salvo que el Sporting de Ramírez no nos haga felices a todos en junio. Y que a Tuero y Barbón no les pique el niki. Porque como subamos, se va a montar una tan gorda que la doctora se va a tener que comer los mupis. Porque Gijón ye mundial.