Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, y Nicolás Maduro de Venezuela, llevan meses en la cuerda floja. Ambos están en guerra abierta con sus respectivas oposiciones políticas, pero por motivos bien distintos. En las dos repúblicas aparece la lacra de la corrupción que, con epicentro en sus respectivas petroleras estatales -PETROBRAS y PDVSA-, juega un papel clave. La gran diferencia radica en que mientras en Brasil existe un Poder Judicial fuerte e independiente que cumple su papel, el de Venezuela está al servicio exclusivo del régimen chavista y no hace el más mínimo esfuerzo por disimularlo.
JULIO Á. FARIÑAS