Bosques quemados y nuevas plagas: la defunción de los propietarios forestales

Susana D. Machargo REDACCIÓN

ASTURIAS

Uno de los incendios forestales declarado en Asturias
Uno de los incendios forestales declarado en Asturias

La madera afectada por los incendios continúa en los montes porque su precio es menor que el coste de sacarla. La patronal lucha contra nuevas especie que dañan los árboles

05 nov 2018 . Actualizado a las 08:34 h.

La madera quemada se pudre en los montes asturianos. Esta es la realidad que a día de hoy se vive en los bosques. Los incendios forestales, cada días más virulentos, han supuesto un grave problema ambiental y la ruina para los propietarios forestales. En realidad, es la pescadilla que se muerde la cola. El fuego devora los árboles, que en su mayoría pertenecen a pequeños minifundios de empresas o de familias que los utilizan como complemento económico y que están situados en territorios de muy difícil acceso. El dinero que se puede sacar con la venta de los restos de la catástrofe no compensa económicamente, así ni se poda ni se tala. A sus pies vuelve a crecer el matorral bajo que se convierte en pura gasolina para nuevos fuegos. Junto con las nuevas plagas que amenazan los ecosistemas boscosos del Principado, la descripción de la situación es sencilla: «Esto es la defunción del propietario forestal».

Quien se expresa en estos términos es Iván Castaño, presidente de la Asociación de Propietarios Forestales, que alerta del desastre económico que supone para los dueños del suelo pero también para el mundo rural asturiano, ya que es un acicate más para el abandono y el desplobamiento. Tiene claro que no solo se deben poner en marcha políticas para evitar los incendios. Las administraciones también tienen que habilitar medidas para recomponer los montes después de que les pase por encima la lengua de fuego. Muestra una convocatoria en un Boletín Oficial del Principado (BOPA) de septiembre de 2018. «Estas son las primeras ayudas para los incendios de 2017. Los que han querido poner el monte ha funcionar han tenido que hacerlo ya con recursos propios. Además, tienen un techo de 30.000 euros. Con ese dinero a dónde vas», explica.

Los incendios

En una página central de la revista que edita la asociación aparecen detallados los incendios de 2017. El número total de focos (1.729) y la superficie quemada (27.789 hectáreas). La parte arbolada de todo ese territorio eran 4.419 hectáreas, algo así como el concejo de Corvera. Más adelante se hacen eco de una campaña del Principado que trata de concienciar contra los incendios forestales. Ser testigu nun ye abondo: prendi'l to compromisu, apaga la indiferencia. En el artículo, el colectivo recuerda que entre los años 1983 y 2015 ardieron 50 grandes fuegos que asolaron 500 hectáreas. Solo los incendios de octubre de 2017 arrasaron 12.995 hectáreas y causaron daños valorados en 52 millones de euros. Eso supone arrasar con una superficie equiparable todo el concejo de Boal en solo un año. 

Todos estos datos sirven para poner en alerta a los propietarios forestales. Los incendios cada día son más virulentos y es necesario extremar el mantenimiento de los bosques. El problema para hacerlo radica en la falta de recursos. La estructura de propiedad, al igual que ocurre en la agricultura, es minifundista. Ni las pequeñas empresas ni las familias pueden adelantar miles de euros para sacar una madera quemada que la industria no quiere o paga a precio de risa para hacer palés, para la construcción o para derivados del aglomerado . Tampoco hay recursos para limpiar el terreno, adecentar los accesos o volver a colocar los cierres. Así que la madera se pudre en el monte. «La poca salvable y en zonas de acceso más fácil se malvendió pronto. Era aquella que interesaba a la industria. El resto está en los montes», insiste Castaño. 

Asmadera, la asociación de empresarios forestales, matiza que la madera pública quemada, aquella que estaba en terrenos de propiedad pública «sí salió en su día a subasta y fue adjudicada y cortada por empresas privadas». Esto sucedió poco tiempo después de que se hubiesen declarado los incendios forestales, por lo que esos terrenos han sido limpiados y los árboles talados. Eso facilita su regeneración y también implica una labor preventiva de nuevos fuegos. Eso no es exactamente lo mismo que ha sucedido en los montes privados. 

La media de superficie por propietario no llega ni a una hectárea. La única alternativa viable parece recurrir a las agrupaciones. Es decir, que varios en un mismo territorio se unan para ver cómo están los árboles, el grado de afectación del fuego, el nivel de interés de la industria y así puedan vender juntos y compartir los gastos que supone la tala. Esto no siempre es posible. De hecho, la asociación reconoce que en muchos casos es complicado saber hasta quién es el dueño de un bosque, ya que son herencias de varias generaciones, muchas sin vinculación en el territorio.

Propietarios que abandonan 

Con los últimos incendios se está dando otro fenómeno: el del pequeño propietario forestal, de economía complementaria, que echa el cierre. Iván Castaño asegura que conoce casos de gente que desiste de seguir cultivando y cuidando el monte porque no consigue ninguna rentabilidad. Puede dar nombre y apellidos y localizar hasta los terrenos. La entrada de nuevas plagas como la avispilla o la banda marrón no hace más que acelerar la decisión. El abandono sistemático de todos estos minifundios es, de nuevo, un riesgo extra para los incendios. Pero también para el campo asturiano. «Es un frenazo al desarrollo, una puntilla más para el despoblamiento y un lastre para el PIB de Asturias», argumenta.

¿Quién quema el monte? Los propietarios dicen que no tienen ni idea. «Lo único que sabemos es que se producen. Quién, cómo y por qué no lo sabemos. De hecho, somos los grandes sufridores o unos de los más que más directamente padecemos las consecuencias», señalan. Así que lo único que les queda es pedir. Reclamar a la Administración que agilice todo tipo de ayudas para poder «echar al monte a funcionar». También creen necesaria la implicación de toda la sociedad para proteger el medio ambiente y para concienciar contra los fuegos. El resto sería dejarlo morir.