Juan, 85 años: «Esta sensación de no poder salir me recuerda a mis años de minero»

Alberto Santacruz

ASTURIAS

Cuarto de aseo de la mina de Cerredo.
Cuarto de aseo de la mina de Cerredo. Carlos Castro

«Del miedo a la silicosis he pasado al del coronavirus. Si te das cuenta ambas enfermedades tienen algo en común: no las ves y te afectan a los pulmones», explica

05 abr 2020 . Actualizado a las 17:44 h.

Lo que durante años fueron rocas, estos días son paredes; del ruido del taladro en túneles oscuros ha pasado al sonido de los aplausos en balcones iluminados... De aquella antigua minería de clausura, Juan, un extremeño de 85 años, ha pasado a una jubilación de confinamiento temporal. «Esta sensación de no poder salir ha devuelto a mi memoria mis años de minero en Asturias. Es verdad que aquel trabajo no se olvida nunca, pero lo estoy reviviendo como nunca... Perdón por repetirme», afirma a EFE desde su domicilio en Badajoz.

De carácter noble, aprendiz de la vida por vivirla y por su amor a la lectura, y de manos cuarteadas, Juan no quiere dar su apellido. «Qué más da cómo me llame», exclama con un tono algo airado entre el desprecio hacia el protagonismo y el amor a su sencillez.

«Hay abisales diferencias entre trabajar dentro de una mina de subsuelo y estar confinado en casa; nada que ver, pero es verdad que hacía tiempo que no tenía esta sensación de encierro que ya empieza a agobiarme». Posiblemente, según añade, porque «lo pasé muy mal en la mina». «Había que comer y no tocaba otra».

En 1958, con 23 años de edad, «de los de aquellos», dejó su Extremadura natal para viajar hasta Mieres para trabajar en un pozo de carbón. «Del miedo a la silicosis he pasado al del coronavirus. Si te das cuenta -apunta- ambas enfermedades tienen algo en común: no las ves y te afectan a los pulmones», explica.

Juan dispone de una mascarilla y se lava las manos, «pero no mucho», reconoce. «En la mina, lo de la protección escaseaba y el trabajo era tan duro que en algunas ocasiones te sobraba hasta el mono de trabajo. Veo ahora a los médicos con esas batas, con los guantes, las mascarillas y todo lo que pueden ponerse, y me pregunto cómo pueden trabajar así». «Tienen el cielo ganado», suspira.

Elude profundizar en su pasado minero, probablemente porque lo pasó mal, como repite una y otra vez. El encierro en casa, vuelve a remarcar, no lo lleva bien, «pero no toca otra». «Encerrado, pues sí, pero tengo la radio, la televisión y el balcón... si no fuera por el balcón me daba algo». «En aquellos años de la mina, salir a la superficie era tocar la vida. Estos días, son los balcones. Y aquí estoy, con achaques, pero en la vida», continúa en sus reflexiones algo desordenadas.

Su mujer murió hace unos años. Su hija y sus dos nietos le llaman por teléfono. «Lo del Whatsapp no lo entiendo ni aprenderé nunca. Mi padre siempre me dijo que en los libros está todo lo que tengo que aprender»,añade. A sus 85 años tiene abierto un libro «que va de un hombre que, sin beberlo ni comerlo, tiene que huir de un malhechor que le hace la vida imposible».

«Bueno, te dejo que ya he hablado demasiado. ¿Esto dónde sale?». «En los medios de comunicación», le respondo. «Contáis muchas cosas negativas... A ver si dais más alegrías. Adiós, adiós». Fin de la entrevista.