Asturias y Cantabria luchan por Pelayo, pero ¿qué dice la historia?

ASTURIAS

Monumento a Pelayo en Gijón
Monumento a Pelayo en Gijón

Así fue la evolución a través de los siglos de la figura del primer rey de Asturias rodeada por el mito

30 jun 2021 . Actualizado a las 08:30 h.

Tres presidentes del norte y del presente llegaron a importantes acuerdos este fin de semana en Liébana, el asturiano Adrián Barbón, el gallego Alberto Núñez Feijoo y el cántabro Miguel Ángel Revilla, descubrieron juntos un hito del inicio del Camino de Santiago y también unieron esfuerzos para impulsar la energía eólica en sus territorios de cara a la recepción de fondos europeos. Pero aunque la unión y la cordialidad fue la tónica predominante en la cumbre cantábrica, sí es cierto que hubo momentos de discrepancia por el origen del rey Pelayo en las charlas informales. Revilla reivindicó para Cantabria el nacimiento del rey astur, por la tradición que lo fija en Cosgaya y Barbón replicó que, en todo caso, esa zona era en aquellos tiempos también parte de Asturias.

¿Lo era? ¿Qué sabemos realmente del Pelayo histórico, el personaje de carne y hueso más allá de toda la leyenda que envuelve al primer rey de Asturias? A la primera pregunta se puede responder un sí con matices. En aquella alta Edad Media no había una Asturias como la actual, había Asturias de Oviedo (que encajaría casi toda ella en el área central y un poco más de la autonomía presente), unas Asturias de Santillana que se extendían desde el oriente de la comunidad casi hasta Torrelavega y, durante un tiempo, incluso hubo unas Asturias de Tineo en el occidente. El profesor de Historia de la Universidad de Oviedo, Miguel Calleja, advierte sobre la imposibilidad de trasladar nuestro concepto contemporáneo de frontera y territorio a la forma de ver el mundo de los hombres y mujeres del lejanísimo siglo VIII. «La idea de poder supralocal casa mal con la época» señaló Calleja indicando que los rebeldes de la cornisa tenían la intención de reconstruir «un poder regio» pero todavía les faltaba mucho (siglos de hecho) para lograrlo. «Hasta el siglo XII no se empieza a trazar con claridad esa idea de frontera y en todo caso para lo habitantes la diferencia puede ser a quién pagan impuestos, el diezmo, al obispo de Oviedo o al de Burgos».

Del Pelayo legendario se conocen muchos mitos pero ¿qué conocen los historiadores sobre la persona real? «Apenas nada. No es que fuera una sociedad que no escribiera sino que se perdieron casi todos los documentos. Anteriores al 900 apenas tenemos 30 originales». Será después, serán otros reyes de Asturias, luego de León, luego de Castilla y luego de España los que irán contando si versión interesada de Pelayo y no es monolítica ni mucho menos. Cambiará con el tiempo y cada cambio nos dirá más de la época en la que se escribe una crónica sobre Pelayo que sobre el propio Pelayo.

De esa evolución de las distintas versiones del rey astur trató el propio Calleja en una conferencia ofrecida en 2018 bajo el título «Pelayo y Covadonga: la construcción histórica de un mito». Hay quien llega incluso a dudar de la existencia de Pelayo pero haberlo lo hubo, tanto las crónicas cristianas como las musulmanas coinciden en relatar una insurrección en las montañas del norte y que se agrupó alrededor de un líder carismático, quizá con vínculos familiares en la zona, quizá con un predicamento basado en el prestigio o en un vasallaje clientelar. El profesor hace notar que entre los relatos más antiguos está el de Ibn Hayan de Córdoba quien describe a un Pelayo que «criticaba a sus compatriotas por su cobardía, por su sometimiento, por la pérdida de la tierra de sus padres, por la indefensión de sus mujeres e hijas».

Es decir, en ese testimonio no hay una referencia tanto a la religión, mucho menos a la nación, como a la resistencia a la ocupación, a la lucha frente a las tropelías de los invasores. No hubo una batalla de Covadonga con miles de contendientes ni mucho menos con intervención de la providencia, pero sí hubo un choque bélico y ambos bandos lo recogen, los cristianos magnificado y los musulmanes reduciéndolo casi a una reyerta entre peñascos.

La primera relectura de Pelayo llega con Alfonso III, cuando empieza a consolidarse el reino asturiano, es aquí cuando la intervención divina cobra peso en el relato y, sobre todo, los reyes asturianos tienen un manifiesto interés por fijar un linaje ligado al territorio y heredero de los godos de Toledo porque, esto es importante, su expansión será más legítima. Pero ese crecimiento futuro hacia el sur lleva implícita una decadencia de la leyenda de Pelayo. Conforme Asturias se diluye en el reino de León y luego en el de Castilla, la primera batalla legendaria pierde relevancia.Las crónicas pasarán por otros reyes y sobre todo otros obispos con mucho más predilección por hacer de Pelayo y la batalla de Covadonga no tanto restaurador de un reino de este mundo como de la fe católica, y esa será la versión predominante en la Baja Edad Media y luego en el Imperio como primera piedra de una España que es la espada de dios en la Tierra.

Todos los Pelayos están deformados pero la primera deformación más cercana a la que hoy concebimos se fragua en el estado liberal del siglo XIX cuando empezará a identificarse ya con una idea moderna de nación, el origen de España, con las ventajas para el liberalismo hispano de poder asociarse también a la monarquía y el catolicismo. Desde entonces, hasta el paroxismo nacionalcatólico del régimen franquista se llevó así a la lectura más extrema de Pelayo, identificado con una idea de España autoritaria y monolítica, con una visión casi integrista de la religión con la que, probablemente el Pelayo histórico del siglo VIII tenía muy poco o nada que ver. No es ni mucho menos una versión que se pueda dar por muerta y, de hecho, fue la reivindicada por Vox en la misma Covadonga, emulando a Gil Robles en 1934, con la que inició su campaña electoral en los comicios de 2019.

«En el Antiguo Régimen, Pelayo y Covadonga son referentes para la dinastía regia. Con la formación del Estado liberal, en el siglo XIX, se identifican con la nación, con una nación que es la oligarquía, la única que tiene derechos políticos. El centenario de 2018 debe servir para entender y proyectar, y para preguntarse cómo puede adaptarse el mito a la sociedad democrática del siglo XXI», concluía su conferencia Calleja tres años atrás. Y esa pregunta todavía sin respuesta nos lleva al presente inmediato. ¿Por qué Revilla y Barbón debatieron sobre a quién era más afín el rey Pelayo. Porque todavía está por fraguarse la versión del presente, en una España democrática, que casi siempre mira a Europa para sus anhelos, y en la que las identidades todavía son cuestión de aguerridos debates.