Un asturiano que sufrió un tumor cerebral con 17 años: «Nos olvidamos de vivir, cuando es realmente lo importante»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

ASTURIAS

Darío Rodríguez Mayo, de 26 años
Darío Rodríguez Mayo, de 26 años

Darío Rodríguez Mayo cuenta cómo ha sido convivir con esta grave enfermedad en plena adolescencia y reconoce que la actitud ha sido una de las claves para combatirla

20 jul 2021 . Actualizado a las 16:53 h.

Uno nunca llega a imaginar que pueda tener cáncer y menos en plena juventud como ha sido el caso de Darío Rodríguez Mayo, quien con 17 años y tras finalizar primero de Bachillerato fue diagnosticado con un tumor cerebral. «Estaba yendo a recoger las notas y me llamaron por teléfono desde el hospital para decirme que tenía una masa en el cerebro. Se me cayó el mundo encima, fue el peor momento de todos. Ya tenía planes para disfrutar del verano y esto trastocó mi agenda y mi vida por completo», confiesa. No obstante, con esa sonrisa que tanto le caracteriza y esa tranquilidad que transmite, este vecino de Ese de Calleras, en Tineo, ha lidiado con esta enfermedad grave que «me enseñó que vivimos muy rápido, deseando que llegue el fin de semana, las vacaciones…y nos olvidamos de vivir cada día cuando es realmente lo importante», reconoce.

Darío Rodríguez, que tiene ahora 26 años y es maestro de educación primaria, estuvo seis meses conviviendo con fuertes dolores de cabeza, mareos e, incluso, visión doble. Por ello, durante ese tiempo los médicos le hicieron una serie de pruebas para ver qué le podía estar pasando, sin embargo, él nunca lo relacionó con padecer cáncer. «Pensamos que tenía migrañas, sinusitis o vista cansada», asevera antes de añadir que «hasta que no vi las fotografías del escáner no me lo creía. Cuando estaba en la sala de espera antes de acceder a la consulta, incluso, me encontraba tranquilo».

Una buena actitud para enfrentarse al problema

Tras recibir el diagnóstico en el Hospital Carmen y Severo Ochoa, en Cangas del Narcea, inmediatamente fue trasladado en ambulancia al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). «Era de viernes, quedé ingresado y el lunes a las cinco de la tarde ya me estaban realizando la primera biopsia. Ahí fue cuando me dijeron: ‘Darío tienes 17 años, eres lo suficientemente adulto como para saber toda la verdad. Tienes cáncer y tienes dos opciones: dejar al lado el problema, olvidarse de él y no afrontarlo o enfrentarte a él con la actitud que se merece. Y por supuesto elegí la segunda opción», detalla.

A la semana fue sometido a una complicada intervención quirúrgica. «Duró ocho horas y consiguieron quitarme el 80% del tumor. El resto tendría que ser a través de sesiones de radioterapia y quimioterapia», precisa. Pero, pese a que estaba atravesando por un momento muy delicado, Darío Rodríguez empezó a cursar segundo de bachiller. «No tenía obligación de sacarlo, sin embargo necesitaba tener rutina, ver a mis compañeros y seguir estudiando». De esta manera, tras finalizar las clases iba a Oviedo para recibir dichos tratamientos.

Unos duros tratamientos a los que tuvo que hacer frente durante cinco meses y que hicieron que hasta se le cayese el pelo y que las defensas estuviesen cada vez más bajas. No obstante, Darío Rodríguez da gracias porque «desde el principio siempre fue todo bien. Con la primera sesión de quimio el 20% del tumor se eliminó». Además, lleva desde el 5 de diciembre de 2012 completamente limpio y en todo este tiempo no ha tenido ni una sola recaída. «Tuve mucha suerte. No me afectó a la memoria ni nada, ni tampoco perdí ninguna habilidad cognitiva», afirma orgulloso, puesto que después de acudir a diario al hospital, ahora tan solo tiene que ir cada año y medio para comprobar que todo siga igual de bien. «Al principio iba nervioso porque tenía miedo, pero ahora ya no», apostilla.

Ocho años completamente limpio y ocho años ayudando a los demás

Una vez superado el cáncer, Darío Rodríguez se propuso ayudar a otras personas a través de su propia historia. Por ello escribió el libro a modo de diario, Prueba con una sonrisa, que cuenta con el testimonio de sujetos que estuvieron cerca de él en esos momentos tan duro como fueron sus padres, hermano, primos, personal sanitario, etc. El objetivo: demostrar que hay que aprender a valorar las cosas que realmente tienen importancia. «Muchas veces nos quejamos por tonterías. Siempre va a haber problemas, pero hay dos tipos de problemas en la vida: circunstancias a resolver -situaciones que dan rabia en el momento como, por ejemplo, que te rayen el coche- y problemas reales como el cáncer o la muerte de alguien»

En este sentido Darío Rodríguez defiende que es fundamental tener siempre buena actitud, sobre todo si se trata de luchar ante la adversidad en la salud. «Si tenemos un problema como es el cáncer y si sumamos el de renegar el problema ya son dos. Se llevaría muchísimo peor. En mi caso  siempre fueron sonrisas, alegrías, incluso en mitad del tratamiento quimioterapia salí de fiesta con un amigo. Al final parecía que nadie tenía cáncer, ni que nadie estaba enfermo ni nada porque siempre intente normalizar la situación y seguir adelante. Tengo un recuerdo positivo de todo esto y en este proceso conocí a personas muy buenas. Las personas más alejadas en mi vida aparecieron y se quedaron y otros que ya estaban pues se juntaron más. Tirábamos unos de otros para adelante porque mi familia, por ejemplo, sufrió muchísimo», manifiesta.

«Al final parecía que nadie tenía cáncer, ni que nadie estaba enfermo ni nada porque siempre intente normalizar la situación y seguir adelante»

Bajo esta premisa también se unió a la Asociación española Adolescentes y Adultos jóvenes con Cáncer (AAACancer). «Tenían en marcha el proyecto Corre la voz, que era correr en ocho meses cinco maratones de 42 kilómetros en cinco ciudades -Bilbao, Sevilla, Valencia, Madrid y Barcelona-. Los días previos se daban charlas en colegios e institutos, donde contaba mi experiencia para demostrar que el deporte es como la vida misma. Tienes que estar preparado porque puedes caerte, pero tienes que levantarte y seguir. No hay que darse por vencido. Fue muy enriquecedor», explica.

«El deporte es como la vida misma. Tienes que estar preparado porque puedes caerte, pero tienes que levantarte y seguir»

De la misma manera, fue voluntario de animación hospitalaria con Cruz Roja. También participó en muchos proyectos para reivindicar que la adolescencia está en tierra de nadie. «Cuando llegué al hospital con 17 años, mi compañero de habitación era un señor de 80 años; cuando ponía la quimioterapia estaba con niños de cuatro o cinco años. Ya estás en una situación para la que nadie está preparado, con esa edad era consciente de todo, pero no tenía el conocimiento de lo que son las cosas, y encima ver que no tienes a nadie de tu misma edad o parecida para compartir impresiones es duro», lamenta.

Tampoco dudó en formar parte de la asociación Kurere, palabras que curanUn espacio donde las personas, ya sean pacientes, personas que cuidan y/o entorno cercano, pueden encontrar, contar y compartir historias de resiliencia. «Un conocido me enseño la web y al ver que todos los testimonios están enfocados de manera positiva pues pensé que yo también podía ayudar a los demás a ver la vida de otra manera», resalta este tinetense, quien agrega que «a mí el cáncer me aprendió a valorar y disfrutar de las pequeñas cosas. Por ejemplo, cuando salí por primera vez del hospital, iba en coche y agradecía sentir el viento en la cara. De la misma manera, ir al río de mi pueblo y estar sentar sentando viendo a la gente bañarse era gratificante. Al mismo tiempo, también cambio mi forma de ser. Antes era introvertido y ahora soy mucho más abierto con la gente, vivo muchas más experiencias. Maduré radicalmente porque al darme de repente esa hostia pasé de ser un chaval con 17 años a  aprender todo en pocos meses», sentencia.

« Maduré radicalmente porque al darme de repente esa hostia pasé de ser un chaval con 17 años a aprender todo en pocos meses»