La odisea de los republicanos que huyeron de Franco y fueron internados por los franceses en campos de concentración del norte de África para trabajar en minas y el ferrocarril transahariano. Por Guillermo Guiter

Hacia el final de la Guerra Civil española, entre febrero y marzo de 1939, miles de personas huyen desde Alicante en dirección a las costas argelinas. Un éxodo de unos 12.000 hombres, mujeres y niños que llegarán hasta los 20.000 en los años siguientes, según algunas fuentes. Entre ellos, un número (aún) indeterminado de asturianos, que naturalmente estaban allí por su oposición al régimen franquista. 

Es una escena de caos y desesperación, donde algunos consiguen subir a barcos extranjeros que burlan el bloqueo naval y otros se quedan en tierra. Zarpan el Ronwyn, con 716 pasajeros; el African Trader (más de 850 pasajeros), el Marionga (120) o, sobre todo, el carbonero británico Stanbrook, que trasladó a Orán a nada menos que 2.638 refugiados; también muchas embarcaciones menores. A veces con menos de una docena de personas y remando varios días.

Es un relato de miedo e incertidumbre, de añoranza y sufrimiento replicado miles de veces. En el Stanbrook, el capitán se ve obligado a dar un gran rodeo para evitar la flota franquista, de modo que la travesía duró 22 horas, el doble de lo habitual. Entre ellos viajaba el artista asturiano Orlando Pelayo (Gijón, 1920-Oviedo, 1990) con su padre, quien fallecerá en África de tuberculosis y extenuación. En esa ciudad, Pelayo conoce a Albert Camus y después de la guerra se traslada a París, pero no será hasta 1967 cuando regresa del exilio.

El barco 'Stanbrook' en el puerto de Alicante, cargado con emigrantes republicanos españoles con destino a Argelia, en 1939. Entre 2.000 y 3.000 consiguieron hacer la travesía, huyendo de la armada franquista
El barco 'Stanbrook' en el puerto de Alicante, cargado con emigrantes republicanos españoles con destino a Argelia, en 1939. Entre 2.000 y 3.000 consiguieron hacer la travesía, huyendo de la armada franquista FONDO RODOLFO LLOPIS

Los agotados pasajeros creen haberse salvado, pero pisan suelo del protectorado francés y su llegada masiva no es vista con buenos ojos. Francia olfatea la cercanía de la segunda guerra mundial; son tiempos políticamente revueltos, de modo que esos republicanos sospechosos quedan prisioneros en el puerto, a bordo de los barcos, durante semanas o meses. Otros son internados en campos de concentración que se van creando improvisadamente, en durísimas condiciones. Muchos morirán debido a los malos tratos, el hambre, la enfermedad y el calor.

Una vez Francia pierde la guerra contra Alemania y se establece el régimen títere de Vichy, los republicanos españoles -y otros muchos internos, sobre todo judíos- ya se consideran enemigos del Estado pronazi de Pétain y son utilizados sin escrúpulos como mano de obra esclava, tanto en minas como en la construcción del ferrocarril transahariano.

Esa vía, con la que el Gobierno galo quería comunicar dos de sus principales colonias, Argelia y Níger, es un proyecto colosal que ya se ideó el siglo XIX. Colosal, y muy caro. Sin embargo, con la enorme afluencia de extranjeros (al principio bajo la tercera república francesa), surge una gran oportunidad: la mano de obra más barata posible, en régimen prácticamente de esclavitud. Había que cavar miles y miles de kilómetros de zanjas a mano, y ellos serán los encargados.

Españoles en la vía del ferrocarril transahariano, en Bouarfa (protectorado francés de Marruecos) abrigados contra el frío intenso del desierto en invierno
Españoles en la vía del ferrocarril transahariano, en Bouarfa (protectorado francés de Marruecos) abrigados contra el frío intenso del desierto en invierno FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS

Las Agrupaciones de Trabajadores Extranjeros (Groupements de Travailleurs Étrangers, GTE) constituyen la criatura ideal, un eufemismo que apenas disimula el verdadero significado del trabajo forzado. Con Vichy, la situación para los extranjeros solo podía empeorar. Las obras comenzaron en dos puntos: Bouarfa (donde también había minas de manganeso), en Marruecos, y en Colomb Béchar, en el sudoeste argelino, donde se constituirán dos grandes colonias de estos mal llamados empleados.

Paciente investigadora

Eliane Ortega Bernabéu, nieta de uno de los exiliados del buque Ronwyn, ha reunido información desde hace veinte años (y sigue recibiéndola a través del correo ortega_bernabeu_eliane@hotmail.com) sobre este largo y duro episodio. Nacida en Orán, una ciudad de fuertes raíces españolas, Ortega conoce muy de cerca la historia de los setenta campos de concentración que existieron en Argelia. La actitud del Gobierno francés fue en todo momento hostil, señala, pero no así la de la población de Orán, que intentó ayudar como pudo a los refugiados. 

Su punto de partida fue un diario de su abuelo que su tío recuperó y transcribió. «Tengo ya 4.000 archivos que he ido reuniendo poco a poco durante estos años», explica. Lo que le proporciona la mayor visión de conjunto sobre el exilio que existe actualmente. La foto que abre este reportaje fue cedida a Eliane por la familia de un refugiado e ilustra bien esa historia.

Ella cita, por ejemplo, las durísimas condiciones del campo de Morand, cerca del pueblo de Boghari (150 kilómetros al sur de Argel), en una desolada llanura «sujeta a condiciones climáticas infernales» que mina la salud de los presos. Morand (también lo llamaban Boghari) «llegó a concentrar entre 3.000 y 5.000 refugiados donde malvivieron hacinados debido a la falta de higiene, de agua, de alimentos, desprovistos de enfermería y medicamentos».

Hasta existía una «barraca de los locos» donde se encerraba a los que perdían la razón. En cada cabaña de madera sin suelo se alojaban 48 hombres. Estaban rodeados de alambradas y custodiados por soldados senegaleses armados, sin permiso para salir. Con el paso del tiempo, los españoles se fueron organizando para mejorar sus condiciones de vida, dentro de lo duro de la situación.

Españoles en la vía del ferrocarril transahariano, en Bouarfa (protectorado francés de Marruecos). Entre 12.000 y 20.000 fueron recluidos en campos de trabajo en el norte de África cuando huyeron de España tras la Guerra Civil
Españoles en la vía del ferrocarril transahariano, en Bouarfa (protectorado francés de Marruecos). Entre 12.000 y 20.000 fueron recluidos en campos de trabajo en el norte de África cuando huyeron de España tras la Guerra Civil ARCHIVO ELIANE ORTEGA BERNABÉU

Otro campo peor, Hadjerat M’Guil, en el borde del Sáhara, albergó a 300 prisioneros como centro de (mayor aún) castigo, sometidos a aislamiento, agresiones y escasez de alimento. Fue realmente un campo de exterminio, donde, explica Eliane Ortega, se aplicaban torturas como la noria, la paliza con palos, la jaula, el pozo o la tumba. En esta última, se obligaba al preso a cavar un nicho y permanecer en él tumbado todo el día y toda la noche.

Más al sur se ubican Colomb Béchar o Beni Abbés, campos de trabajo para los que construyen la línea férrea transahariana, que discurre de sur a norte. Y al este, en Túnez, hay otros como el de Meheri Zebbeus (o Maknassy) o Djebel. De modo que en todo el protectorado francés, también en territorio marroquí y tunecino, se establecen campos de trabajos forzados y de castigo.

Soldados senegaleses que custodiaban Morand (Boghari), uno de los campos de trabajo de Argelia en los que estuvieron internados exiliados republicanos españoles
Soldados senegaleses que custodiaban Morand (Boghari), uno de los campos de trabajo de Argelia en los que estuvieron internados exiliados republicanos españoles UNIVERSIDAD DE ALICANTE

Eliane Ortega cita un informe del doctor Weissmann, que visitó los campos de centros de internamiento y señaló que «dado el calor reinante, ningún hombre podrá resistir esas condiciones. Están destinados a la desesperación, a la enfermedad y a la muerte». Dice la investigadora que el Gobierno francés no quería reconocer esos lugares como campos de concentración por lo que, jurídicamente, los internos «fueron simples internados administrativos y no penados -presos-». 

De Argelia a Lángara

Ella encontró un curioso reportaje publicado en julio de 1939 (España Democrática, Órgano del Comité N. Pro Defensa de la República Democrática Española, Uruguay) que se titula: «Desde el campo de Boghari (Argelia) le escriben a Isidro Lángara asturianos refugiados». Se trata de una carta que el asturiano Braulio Fernández le dirige al famoso futbolista del Real Oviedo y en ese momento jugador del San Lorenzo de Almagro.

 

Publicación en prensa de la carta de un internado español en un campo de trabajo de Argelia, en junio de 1939, y dirigida al célebre futbolista Lángara
Publicación en prensa de la carta de un internado español en un campo de trabajo de Argelia, en junio de 1939, y dirigida al célebre futbolista Lángara MINISTERIO DE CULTURA

En la misiva, Fernández le cuenta «las necesidades a que se ven sometidos en las inhospitalarias (sic) tierras de África» los republicanos. Le habla de «un pequeño grupo de asturianos, junto con 3.000 compañeros más, en un campo de concentración incomunicados con el resto de la humanidad, custodiados por tropas de color» y le recuerda las veces que cenaron juntos en casa de su novia. «¿Quién pudiera cambiar estas lentejas por un platu fabes? Aunque no fuera más». Se lamenta de la situación en España y le dice para ilustrarlo que a un compañero asturiano «le mataron hasta diez de la familia». En el listado de pasajeros del Stanbrook hay un Braulio Fernández, de 29 años (dos más que Lángara), que tal vez fuera la misma persona.

«¿Quién pudiera cambiar estas lentejas por un 'platu' fabes?»

En la web exiliorepublicano, una hija del asturiano Manuel Alfonso Vázquez García (Avilés, 1912) narra una historia que podría ser la de cualquiera de ellos, o la de todos: cada una es particular, pero tienen como factor común el rechazo y maltrato que soportaron por parte de las autoridades. Este marinero radiotelegrafista llegó a Bizerta y fue internado, pero no se conformó. Tras dos intentos de huida, al final logró ir con un amigo hasta Orán.

«Ahí conoció a mi madre, Alicia Fernández, también asturiana de la cuenca minera, de Pola de Laviana. Mi madre era fruto del exilio económico» que no pudo retornar a España tras la guerra. Vázquez es internado de nuevo, esta vez en Colomb Béchar. Su hija nació en Orán, donde, casualmente, ella conoció a Orlando Pelayo: «Había un bar en la esquina, un bar donde los domingos se reunían, acudían mucho los españoles. No te sabré decir ni en nombre del bar (…), ahí conocí, mon dieu, a Orlando Pelayo, un célebre pintor asturiano».

La profesora Victoria Fernández Ríos recoge en una tesis (El exilio de los marineros republicanos) con bastante detalle las vivencias del asturiano Armando Fernández Álvarez (1916) que puede ser asimismo representativa de los avatares que sufrieron los españoles. Fernández, marinero destinado el crucero Libertad, se exilió con su barco en marzo de 1939 y fue internado en el campo de concentración de Meheri Zebeus (Túnez). Enviado luego a trabajar a Kasserine, «un erial donde tuvieron que sacar adelante una huerta por un plato de comida, protestó y lo mandaron a un campo de castigo en el desierto de Gabès, la 7ª Compañía de Trabajadores Españoles».

Tras la rendición de Francia ante los alemanes, él es trasladado junto a otros 300 marinos a Khenchela (Argelia), donde son forzados a construir una carretera a través del bosque, cortando árboles y levantando puentes de piedra que debían acarrear ellos mismos. «En el verano llegaron a enfermar muchos de disentería y paludismo, con fiebres de 40º», mientras que en invierno sufrían por el intenso frío.

Una vez más se rebela y es trasladado a otro campo si cabe más duro, «según la correspondencia que lo sitúa allí en septiembre de 1942. El año siguiente, el 19 de febrero de 1943, está en las minas de Kenadza (Colomb Béchar) con sus compañeros marinos», cuenta Victoria Fernández.

Pese a la llegada de los aliados a Argelia en 1942 con la Operación Antorcha, los refugiados españoles no obtienen su libertad hasta julio de 1943. «Pensamos que entonces Armando se embarcó en algún mercante, porque su familia sabe que pasó por Gibraltar, por Italia y que, en 1954, estaba en Venezuela. Recibieron una carta y una foto por medio de una vecina de Caracas. Esta vecina les dijo que no estaba bien de salud, que lloraba cuando hablaba de su familia. Después, silencio y vacío», concluye.

Españoles construyendo a pico y pala el ferrocarril transahariano. Fueron trabajadores forzados bajo el régimen francés de Vichy, ya que habían huido  de las autoridades franquistas
Españoles construyendo a pico y pala el ferrocarril transahariano. Fueron trabajadores forzados bajo el régimen francés de Vichy, ya que habían huido de las autoridades franquistas U. DE ALICANTE. ARCHIVO ÁLVARO PONCE DE LEÓN

Fernández también menciona a otros asturianos: Lucio López Fernández (Llanes, 1914), cabo fogonero del buque Cervantes, con base en Cartagena. Se exilió con 25 años, consiguió salir a México en 1940 y allí falleció en 1980; José María Álvarez Canga (1915), cabo electricista, (internado en Bouarfa); Librado Álvarez Fernández, marinero; y Alfonso Vázquez García (1912), auxiliar de radio, ya mencionado antes.

Donde todos convergen

La Fundación Pablo Iglesias recoge en sus archivos numerosos testimonios de militantes socialistas exiliados en las colonias francesas, algunos asturianos. Ahí figura, por ejemplo, el caso de varios pasajeros del Stanbrook como José Atilano Granda Fernández (Boal, 1883-Orán, 1959). Este empleado de hostelería tuvo mejor suerte, pues montó en la ciudad argelina, junto a Mariano Muñoz Sánchez, un restaurante para refugiados españoles. En el mismo buque viajaron Vicente Ovejero (Mieres, 1906), que tuvo menos suerte, pues fue internado en Bouarfa y Colomb Béchar, o Ricardo Están Frías (Oviedo, 1904).

Del campo de Morand (Boghari) se fugó Guzmán García Álvarez (Infiesto, 1909-México, 1981) en 1940, quien consiguió llegar a Marsella y comenzar una nueva vida. También tienen registrados a José Valdés Martínez, que fue alcalde de Carreño y falleció en julio de 1957 en Orán; Evaristo Gutiérrez Rodríguez (1889-1953), alcalde de Luanco; Benjamín Gutiérrez Suárez (1915-1996), que ingresó en el campo de Morand y volvió a Gijón al reestablecerse la democracia; Paulino Villa Sánchez (1899-1975), minero recluido en Morand, Bouarfa y Colomb Béchar que trabajó en el ferrocarril al igual que Albino Álvarez Padrón (Oviedo, 1905); y Gabriel Pozo Casado (Sama de Langreo, 1906).

Niños en el Stanbrook

También la Universidad de Alicante dispone de un considerable archivo (archivodemocracia.ua.es) sobre el exilio republicano en el norte de África que ha recopilado con la colaboración de Eliane Ortega y partiendo de sus trabajos previos. Aquí se recogen algunas de las historias:

María González Fernández pertenecía a las Juventudes Comunistas y trabajó en el Socorro Rojo de los republicanos exiliados en Orán. Se casó con el gallego Enrique Chantada, un marino que había estado en Meheri Zebbeus (Túnez) y, tras un largo periplo, fue liberado y conoció en Orán a la que sería su esposa.

Existen datos ciertos e incluso fotografías de niños que embarcaron en el Stanbrook, con sus padres o solos. La mierense Nieves Cuesta Suárez (1925) perdió a su padre en la revolución de 1934. Tres de sus cinco hermanos y ella misma fueron adoptados por familias alicantinas al año siguiente. Según cuenta en sus memorias (Simplemente mi vida), fue acogida por un dirigente del PCE y su mujer. Así comenzó a identificarse con esos ideales. Cuando se produjo la huida desde Alicante, en el tumulto del puerto se separó de sus padres, aunque pudo embarcar en el Stanbrook, atada e izada mediante una cuerda. Después se encontró con su madre, fueron ambas internadas en la antigua cárcel de Orán y finalmente se exilió a la URSS.

A la izquierda, refugiados españoles viajando en el barco Stanbrook desde Alicante a Argelia, en 1939. A la derecha, la asturiana Nieves Cuesta, internada en Orán con su madre al terminar la Guerra Civil
A la izquierda, refugiados españoles viajando en el barco Stanbrook desde Alicante a Argelia, en 1939. A la derecha, la asturiana Nieves Cuesta, internada en Orán con su madre al terminar la Guerra Civil LEGADO RODOLFO LLOPIS Y NIEVES CUESTA

El archivo de la Universidad de Alicante recoge historias tanto de asturianos oriundos como de personas que residieron o tenían vinculación con el Principado. Es el caso del logroñés Eustaquio Cañas Espinosa, político socialista que fue comisario en la Fábrica de Armas de Trubia y llegó a Orán en marzo de 1939. Detenido en 1941, es considerado «individuo peligroso para la seguridad nacional francesa» e internado en el campo de Djelfa, Argelia. (Reseña de Daniel Moñino). También el de José Alonso Mallol, que fue gobernador civil de Oviedo durante la república y se exilió a Orán.

«Extranjeros indeseables»

El historiador Antonio Muñoz, investigador de la Universidade de Lisboa y experto en el exilio republicano en Europa, aporta a este listado algunos nombres procedentes de los archivos históricos del departamento de La Gironda y que fueron deportados como «étrangers indésirables» («extranjeros indeseables») desde Vernet a Djelfa para trabajar en el transahariano y a los que se clasifica con una palabra en su ficha: Maximino Aduna Fernández (Sama de Langreo, 8/7/1908, «Extremista»), Calisto Fernández Sante (Cudillero, 23/10/1897, «Anarquista»), Amador González Iglesias (18/8/1908, «Exmiliciano de España»), Rafael Iglesias (21/1/1915, «Comunista») y Jean Maestro Bands (sic) (Oviedo, 17/3/1910, «Comunista»). Puede haber errores de transcripción del funcionario francés que tomaba los datos.

Hay otros testimonios más o menos aislados o vinculados a recuerdos familiares. Mourad Zarrouk (Los truchimanes del protectorado español) recoge declaraciones de José Ribas (Asturias, 1914): “Estuve detenido en Argel y Orán hasta que me llevaron al campo de trabajos forzados de Colomb Béchar, en el desierto argelino. En aquel campo todos éramos republicanos españoles, y los franceses nos utilizaron para construir el ferrocarril”.

En este reportaje se cita al menos a 25 de los asturianos que vivieron ese particular exilio, pero es seguro que fueron muchos más. Eliane Ortega lamenta que la información esté tan dispersa e insiste en que nada debería caer en el olvido. Por eso le gustaría que España contara con un archivo nacional que recogiera todos los datos y testimonios para futuras generaciones. «Yo encontré muchas historias y muchas fotos contactando con los familiares de los exiliados, pero cada vez será más difícil», advierte.

Algunos nombres son aún rememorados con añoranza por las familias; otros dormirán largo tiempo en los archivos. Y el recuerdo de los menos afortunados se habrá perdido para siempre en pequeños cementerios dispersos y fosas comunes, sin nombres, cubiertos casi por completo por la arena del Sáhara.