Retraso madurativo y emocional, miedo, ansiedad o depresión: las secuelas que pueden presentar los menores encerrados en la «casa de los horrores» de Oviedo
ASTURIAS
Expertas en psicología consideran que el contexto en el que han vivido los tres niños, de entre 8 y 10 años, les podría haber generado un «trauma complejo del desarrollo», por lo que recomiendan atención psicológica prolongada y una integración progresiva y flexible
01 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Todo lo que han podido vivir y padecer los tres menores durante los casi 4 años que han estado encerrados en la «casa de los horrores» de Fitoria, localidad de Oviedo, es un extremo que a día de hoy se desconoce, pero, a tenor de lo trasladado por el concejal de Seguridad Ciudadana, José Manuel Prado, y por el comisario principal de la Policía Local de Oviedo, Javier Lozano, el estado de «insalubridad de la vivienda» era un hecho objetivo y la desatención de los menores también era evidente. Esto, cabe reiterar, en un supuesto contexto de encierro que habría mantenido a los tres niños, dos gemelos de 8 años y otro de 10 años, aislados de manera prolongada del exterior y, por tanto, sin escolarizar.
Con estas pinceladas de la situación en la que se encontraban los menores, cuatro expertas en psicología infantil consultadas por La Voz de Asturias plantean que a los niños les podría haber generado un «trauma complejo del desarrollo» con secuelas diversas en el ámbito psicológico que podrían ser diferentes en cada uno de ellos.
La psicóloga clínica Susana Rozas explica que lo conveniente en este caso es que cada menor sea evaluado «de forma individual para comprender el alcance del daño sufrido», ya que matiza que «nunca se puede generalizar» porque las mismas circunstancias pueden afectar a cada niño de forma diferente. Sin embargo, señala que, en contextos de aislamiento prolongado, privación afectiva y negligencia extrema, como este, «se puede hablar, en términos clínicos, de trauma complejo del desarrollo».
Este tipo de trauma, precisa, «se produce cuando un niño vive, de forma continuada, situaciones adversas durante los primeros años de vida» y que, a diferencia de un trauma puntual, «el trauma complejo afecta múltiples áreas del desarrollo: las emociones, el pensamiento, el lenguaje, la forma de relacionarse con los demás e incluso la percepción de uno mismo». Por tanto, con la información que se tiene actualmente de la situación en la que vivián los menores, la misma valora que «estos niños pueden presentar retrasos madurativos, dificultades para identificar y expresar emociones, miedo persistente, alteraciones del sueño, desconfianza extrema o conductas que no se corresponden con su edad».
Es por ello que Susana Rozas entiende que se ha de hacer un trabajo de atención psicológica prolongado con los menores: «si estas experiencias no se abordan a tiempo, es posible que en la adolescencia o en la vida adulta aparezcan trastornos de la personalidad, como el trastorno límite, evitativo o el esquizoide», comenta la misma, que advierte, no obstante, que «eso depende de cada caso y no siempre es así». Lo que sí subraya la psicóloga clínica, experta también en neuropsicología, es que «con un entorno seguro y una intervención terapéutica especializada, es posible recuperar parte del daño y favorecer un desarrollo más saludable». «La atención psicológica debe estar centrada en el trauma, ser prolongada y adaptada a las necesidades de cada niño», incide Susana Rozas, que apostilla que «el entorno debe ofrecer estabilidad, afecto y comprensión, y la integración escolar debe realizarse de forma gradual y flexible». «Solo así se puede ofrecer a estos niños la oportunidad real de reconstruirse y avanzar», estima.
Atención psicológica individual y grupal
La doctora en psicología y neuropsicóloga, Raquel Baeza, que está al frente del gabinete Baeza Psicología y Formación, coincide en que «debe haber una labor psicológica tremenda» que lleve a «una integración progresiva», ya que entiende que el encierro al que supuestamente han estado sometidos les habrá generado «un miedo enorme a interaccionar» vinculado al déficit de habilidades sociales. Baeza, igualmente, llama la atención sobre que habrá de tenerse en cuenta «el poder de resiliencia de los mismos niños» y, por eso, indica que la actuación psicológica ha de hacerse en conjunto, pero también de forma individualizada.
«Lo bueno es que son niños todavía», pone de relieve Raquel Baeza, que considera que lo más adecuado sería que en cuanto sea posible estén «en un ambiente estructurado». En su opinión, «lo ideal sería una familia de acogida que les aporte normalidad» y que de forma «progresiva» se pudieran integrar con su escolarización, aunque insiste en que el proceso ha de ser gradual porque «seguramente tendrán un miedo enorme a interactuar».
También tiene en cuenta que si no hablan nuestro idioma «puede ser una dificultad añadida» para una socialización que hasta el momento parece que no han tenido. Por ello y por la situación de encierro e insalubridad en la que han vivido, la doctora en psicología y neuropsicóloga estima que puede haber secuelas psicológicas importantes como falta de desarrollo emocional y social, comportamientos infantiles que no se corresponden a su edad, irritación o cambios de comportamiento. «Y los traumas infantiles pueden tener mayores consecuencias si no se procesan bien», apostilla Raquel Baeza, que también habla de ansiedad e, incluso, depresión.
Ana González, psicóloga clínica infantil y profesora titular en la facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, habla de que «las consecuencias para los niños pueden ser devastadoras y dramáticas», por lo que estima que es conveniente que tengan una atención psicológica prolongada en el tiempo que les ayude a «minimizar las secuelas», ya que el no abordaje del trauma complejo del desarrollo que pueden presentar podría generar «que sean niños con depresión y ansiedad». Según dice, la «paciencia» será una de las claves para que los tres menores se recuperen de lo vivido en estos años de encierro. «Hay que ayudarles a reconectar con el mundo real estableciendo nuevos vínculos, a través de la paciencia y el cariño. Así, pueden volver a ponerse en contacto con la realidad», señala la misma, que tiene en cuenta que las secuelas en cada niño pueden ser distintas.
Reconstrucción de la confianza en el mundo y en ellos
Cristina Jurado, psicóloga y directora de «El Gabinete: psicología integral», advierte que «las consecuencias de una privación tan prolongada en la infancia pueden ser muy profundas y duraderas» al haberse visto «sometidos a una desconexión del entorno, de la sociedad y de su propio desarrollo, en edades en las que tanto el cerebro como su identidad aún se están formando, especialmente las áreas de la socialización y la regulación emocional». La misma llama la atención sobre que «esto, combinado con condiciones insalubres, puede desencadenar trastornos como ansiedad, depresión, estrés postraumático e incluso retraso en del desarrollo cognitivo, social y emocional».
«Estos niños no han sido privados únicamente de la escolarización, sino que también se ha limitado su capacidad para establecer vínculos afectivos, explorar el mundo que les rodea, cometer errores y aprender de ellos, el desarrollo del lenguaje, la autorregulación emocional y la construcción de una identidad sólida», manifiesta Cristina Jurado, que valora que «con una intervención psicológica adecuada, es posible recuperar muchas de las áreas afectadas. No se trataría únicamente de la escolarización, sino también de reconstruir la confianza tanto en el mundo como en ellos mismos».
A su entender, la clave está «en crear un entorno seguro y afectuoso, que les permita vivir nuevas experiencias y rehacer su mundo emocional» y, en este sentido, ve «fundamental que se sientan protegidos y validados emocionalmente». Según añade, eso implica «un enfoque integral que brinda tiempo, estabilidad y la creación de vínculos reparadores». «Las intervenciones psicológicas y terapéuticas centradas en el juego, la narración de historias y el apego, son muy útiles, ya que permiten a los niños expresar aquello que les resulta difícil decir con palabras», propone la experta, que concluye que «no se trata de normalizar rápidamente su vida, sino de proporcionarles una nueva base emocional desde la que puedan reconstruir su desarrollo».