La Pizarra: Derbi de guerrillas

Pablo Fernández OVIEDO

AZUL CARBAYÓN

Juan Antonio Anquela, antes de un Oviedo-Sporting
Juan Antonio Anquela, antes de un Oviedo-Sporting Óscar Cela

Analizamos en cinco claves la victoria del Real Oviedo ante el Sporting

19 nov 2018 . Actualizado a las 23:57 h.

El derbi no engañó a nadie. La emoción desbordante propia de estos encuentros y el juego desplegado por ambos conjuntos en las últimas semanas hacía muy difícil imaginarse un escenario distinto al vivido el sábado. Y ahí, el Real Oviedo siempre fue mejor. Aunque no suene muy académico, el derbi no vale para sacar conclusiones propias del juego. Había que ganarlo y, a partir de ahí, crecer. Lo primero ya esta hecho, toca lo segundo.

Adaptarse al entorno

No había pasado nada y el Real Oviedo ya ganaba 2-0. Los de Juan Antonio Anquela saltaron al césped con el cuchillo afilado mientras los de Rubén Baraja todavía estaban eligiendo arma en el vestuario, algo que se notó en cada disputa. En los primeros 20 minutos de encuentro, el conjunto carbayón ganó todos los balones aéreos, divididos o al espacio. Todos.

El 1-0 es el ejemplo perfecto de lo que fue el primer tiempo: tres disputas aéreas ganadas por los de azul hasta que Ibra conectó la media chilena. Antes del 2-0 de Alanís, una indecisión pocas veces vista entre Álex Pérez y Mariño a punto estuvo de aprovecharla Saúl. El Sporting estaba herido de muerte y el Oviedo lo sabía.

Presión desbocada pero eficiente

El plan de Anquela parecía claro: arrastrar al Sporting a las arenas movedizas y ahí destrozarlo. En este caso, las arenas movedizas eran balones aéreos. Saúl, Ibra, Joselu y un descomunal Tejera se dejaban el alma presionando cualquier balón fácil de los centrales, estos retrasaban a Mariño y el golpeo en largo del portero rojiblanco siempre encontraba a un jugador azul. 

Si los delanteros y centrocampistas locales hacían el trabajo más agotador, los centrales realizaban el más concienzudo. Alanís, Javi Hernández y Forlín, muy adelantados para hacer pequeño el campo, salían vencedores de cada duelo individual, bien ganando el duelo aéreo o anticipándose a Neftali y Pablo Pérez. Solo Salvador consiguió girarse en un par de ocasiones y penetrar sin mucho éxito en el entramado azul.

Un recurso poco utilizado

El Oviedo estaba tranquilo pero el balón no le duraba mucho. Solo Tejera y Javi Hernández aportaban un poco de calma a la posesión azul, demostrando en un par de ocasiones que con tan solo tres pases seguidos se podía superar la desordenada presión rojiblanca. Pero no se utilizó mucho. 

Los de Anquela recurrían a las conducciones de Tejera para llegar al campo rival y ahí, con Ibra ejerciendo de bisagra entre ambos flancos, intentaba atacar sin mucho éxito los costados del Sporting. Saúl, seria duda durante toda la semana, se puso el brazalete, puso dos balones perfectos y se retiró con 2-0 en el marcador. Había merecido la pena.

El papel de Diegui 

El arreón del Sporting no llegaba. Ya sin Saúl en el campo y con Diegui actuando de extremo, el Oviedo no sufría pero tampoco conseguía (y, seguramente, tampoco quería) asentarse en el campo del rival. Cuando los azules recuperaban, los apoyos brillaban por su ausencia e hilvanar cuatro pases era misión imposible.

En este contexto, un Diegui con más alma que cabeza pero aun así eficiente, apareció para arrancar minutos al cronómetro. El canterano corría al espacio y, al borde del desahucio, aguantaba el balón y esperaba a un compañero que nunca llegaba. El triángulo formado por Javi Hernández, Mossa y el omnipresente Tejera amagó un par de veces con dominar al Sporting, pero solo amagó.

Los cambios de Anquela y el sufrimiento mental

Como si de un castigo divino se tratase, el 2-1 llegó un minuto después de la entrada de Carlos Martínez al campo. Anquela, más por miedo a lo que podía pasar que a lo que estaba pasando, recurrió al defensa donostiarra, poco acostumbrado a estos partidos tan intensos. Y lo notó. 

Si bien el Oviedo seguía sin controlar el partido, el gol de Carmona no cambió nada. El Sporting fue incapaz de encerrar al Oviedo en su campo y los balones frontales, que Alanís se encargaba de mandar lejos, eran el único recurso de los visitantes. La sensación era que, mientras la grada sufría y los segundos duraban horas, para los jugadores azules fue un trago dulce. Un derbi más.