La valentía de Carmen frente a la cardiopatía de Olai: «El corazón de mi hijo estuvo a punto de romperse»
ASTURIAS
Esta madre de Langreo cuenta los desafíos a los que se enfrentó cuando le diagnosticaron una enfermedad cardíaca a su retoño durante la gestación
16 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Se encontraban en un momento de sus vidas en el que no podían pedir más. Tras una década trabajando en La Rioja, lejos de la tierra que les vio crecer, Carmen Antuña y su marido habían conseguido el traslado de sus puestos de trabajo a Asturias. Ambos funcionarios de carrera, se sentían «muy contentos» por esta dicha. Su alegría era máxima al saber también que la langreana esperaba un bebé. Con este segundo hijo completarían la familia con la que siempre habían soñado. Pero, como siempre, la vida se volvió a encargar de recordarles que la felicidad es solo pasajera. Y en cuestión de segundos pasaron de la risa al llanto.
«Nos quedamos sin consuelo», asegura Carmen, quien todavía recuerda con un nudo en el pecho en el momento que le dijeron que Olai, el hijo que esperaba sufría una cardiopatía fetal. Aquel diagnóstico cayó sobre la pareja como un golpe devastador. Está claro que ningún padre está preparado para recibir este tipo de noticias pero en su caso llegó de manera «completamente» inesperada. «Todo fue a raíz de una ecografía que me hicieron por pura casualidad, porque no me tocaba ni hacerla. Lo que pasó es que la chica que iba delante de mi en la consulta anuló la cita y mi ginecóloga aprovechó la ocasión para que pudiese ver la cara de mi bebé», recuerda.
En un momento dado de esta prueba de imagen, la especialista detectó una anomalía que llamó de inmediato su atención. «De repente me dijo que lo sentía mucho, pero que tenía que interrumpir la ecografía, porque todo estaba mal», cuenta. Carmen no entendía nada de lo que pasaba y en su cabeza empezaron a resonar las palabras de la ginecóloga, mientras intentaba procesar lo que le decía. El problema era que el corazón de su hijo se estaba inflando «como un globo» y existía el riesgo de que «se rompiera» debido a la fuerza que hacía para bombear la sangre a través de una aorta «especialmente» estrecha.
Ante esta situación, la ginecóloga la remitió de inmediato al Hospital General de La Rioja para la realización de nuevas pruebas, con el fin de confirmar el diagnóstico y valorar el tratamiento más adecuado. Sin embargo, en el centro sanitario no lograron ofrecer una respuesta clara al estado de su hijo. «No supieron decirme si era viable el embarazo o no», asegura la langreana, que en ese momento estaba de cinco meses y medio de gestación. Como en estos casos siempre está bien tener una segunda opinión, la especialista que llevaba su caso por lo privado le recomendó visitar un profesional de la salud femenina del Hospital Clínic de Barcelona.
Una operación intrauterina como solución
Tras analizar la situación, el ginecólogo de este centro de referencia en España determinó que Carmen debía de pasar por quirófano si quería aumentar las posibilidades de salvar a su hijo. Sin dudarlo ni un instante, aceptó someterse a una intervención quirúrgica, aunque fuese «un poco experimental». «No me daban garantías de nada, pero si no se hacía nada Olai se podía morir, así que tenía que intentarlo. La otra alternativa ni siquiera entraba en mi cabeza, así que tenía que luchar por su vida como fuera», cuenta aún con la angustia vivida durante esos días y el recuerdo de la incertidumbre que la acompañó hasta el último momento.
Una vez en la sala de operaciones, le introdujeron una aguja a través del abdomen hasta el corazón del bebé que crecía en su vientre, para dilatar la aorta mediante un catéter con un pequeño globo y así mejorar el flujo sanguíneo. «Esta operación intrauterina fue la que salvó la vida de mi hijo porque el problema que tenía en el corazón era muy grave», asegura y añade que, después de la intervención, el ginecólogo le comentó que, de haber pasado hace cinco años antes, el procedimiento no habría sido posible. «Nunca olvidaré esas palabras, las tengo grabadas a fuego», apunta.
A partir de esta intervención, Carmen continuó «tranquilamente» con su embarazo. Aunque, a decir verdad, cada vez que acudía a una revisión no podía evitar ponerse nerviosa por si algo volvía a estar mal. Contaba los días por tener a Olai en sus brazos y así poder cuidarlo con todo su amor y cariño. Ese deseo finalmente se hizo realidad el domingo, 15 de julio de 2012, cuando su segundo hijo llegó al mundo mediante cesárea a término. A diferencia de otros bebés con cardiopatías, el pequeño nació con un tamaño adecuado —pesó cuatro kilos y midió 53 centímetros— y sin complicaciones adicionales.
Un injerto pulmonar
Cuando cumplió dos meses, Olai tuvo que volver a pasar por quirófano. En esta ocasión lo hizo por la sala de operaciones del Hospital maternoinfantil Sant Joan de Déu, en Barcelona, donde el equipo de cirujanos le aplicó la técnica de Ross-Konno. «En la válvula aórtica le colocaron la pulmonar y, en la pulmonar, le implantaron un contegra de origen bovino, que es una prótesis biológica procedente de una vaca», explica su madre, a quien la necesidad de una nueva intervención quirúrgica le provocó un gran malestar.
«Fue horrible. No puedo describirlo con palabras. Hay que vivirlo, y desde luego no es nada agradable. El miedo es inmenso. Ver a una criatura tan pequeñita, que es tu hijo, tener que pasar por eso… no se lo desearía ni al peor de mis enemigos, porque es horroroso y deja una huella para toda la vida. A mí me ha marcado tanto que huyo de las situaciones que me generan nerviosismo y también de las personas que me lo provocan, porque la ansiedad se me dispara y el corazón se me acelera, cuando siempre fui una persona tranquila», reconoce.
A pesar de los temores, gracias a la destreza del equipo médico, la operación salió perfecta y el pequeño tuvo una buena recuperación. Después de recibir el alta hospitalaria, volvió al calor de su hogar, donde poco a poco fue cumpliendo con todos los hitos del desarrollo. Crecía y aprendía mientras el equipo médico continuaba siguiendo su evolución, por si pudiera surgir alguna complicación en su corazón. Las revisiones fueron frecuentes al principio, y con el tiempo se redujeron a una por año. Cada cita con el especialista llenaba —y aún lo sigue haciendo— de preocupación a su familia, aunque, por suerte, los resultados siempre fueron buenos.
Sin ningún tipo de limitaciones
Trece años después del autoinjerto pulmonar, Olai lleva una vida «completamente» normal. A día de hoy y a diferencia de otros pacientes con cardiopatías, este joven langreano no tiene limitaciones «de ningún tipo». «No tiene discapacidad ni cognitiva ni física. De hecho, nos recomendaron que practicara deporte, por lo que juega a fútbol y a pádel», asegura su madre. Desde entonces, goza de tan buen estado de salud que no ha tenido que volver a pasar por quirófano, salvo el año pasado, cuando le realizaron un cateterismo debido a que, al crecer, podría haber surgido alguna complicación en su corazón. Pero todo estaba bien.
«Se puede decir que mi hijo no es un paciente cardiópata al uso. No encaja en el perfil de una persona con una enfermedad cardiaca», destaca Carmen, quien, a lo largo de todo este proceso, además de contar con el apoyo de sus seres queridos, también ha recibido el respaldo de APACI. Desde el minuto uno, la ahora vecina de La Felguera ha estado acompañada por esta asociación asturiana que centra sus esfuerzos en mejorar las condiciones de vida de personas con algún tipo de cardiopatía y sus familias.
«Cuando nos derivaron a Barcelona, estaba desesperada. No contaba con ningún tipo de apoyo. Entonces, una prima me comentó que en Asturias existía esta asociación, pero tenía tantas cosas en la cabeza que, la verdad, ni me planteaba llamar. Pero durante uno de mis bajones, me decidí a llamar. Era un sábado por la noche y me atendió la anterior presidenta de APACI, Juana. Solo el hecho de hablar con ella y el saber que su hijo llevaba una vida normal hizo que se me abriese el mundo. Esa conversación fue un balón de oxígeno: pude respirar. La situación era mala, pero había esperanza, y eso para mí fue muy importante», cuenta.
Al igual que conocer la historia de otros supuso un alivio, hace pública la suya para que más familias que atraviesan esta misma situación se sientan acompañadas y comprendidas. Su objetivo es que puedan encontrar en sus vivencias la fuerza y el ánimo necesarios para seguir adelante. Comparte también su experiencia para reclamar más apoyos. «Me parece increíble que en pleno siglo XXI, cuando se lucha por derecho, en el tema de la maternidad estemos todavía en pañales», lamenta.
«No puede ser que solo te den cinco días si ingresa tu hijo, porque no sabes cuánto tiempo va a permanecer en el hospital ni si necesitará cuidados en casa. Olai, por ejemplo, después del cateterismo se puso malo y tuvo que estar ingresado tres semanas. Tuve suerte porque el médico de cabecera me dio la baja, pero ¿cómo te plantas a trabajar con un hijo en el hospital? ¿Y qué pasa si la situación se complica? Nadie debería perder dinero ni cotización por cuidar a un hijo. Esto no debería depender de la buena voluntad del médico de cabecera, ni siquiera debería ser una cuestión planteable, porque nadie desea una situación así», manifiesta.
«Por suerte, nuestra historia tiene un final feliz. Y, además, aunque nos tocó esta lotería, afortunadamente no se trata de algo genético», destaca. Gracias al seguimiento médico constante y al apoyo incondicional de su familia, Olai ha ido superando cada reto que se le ha presentado. Hoy disfruta de una vida plena y normal, sin que su condición le imponga límites.