El valor de la pizza

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19 jul 2022 . Actualizado a las 09:23 h.

Colgar en Twitter la foto de un ticket grasiento de un restaurante para denunciar el escandaloso precio de algún producto se ha convertido ya en un clásico de esa inmunda patria social de la queja. Una tortilla, unas croquetas y dos postres, 75 euros. Unas hamburguesas y unas botellas de champán, 4.000 euros. La supuesta estafa suele tener truco: el piscolabis de la tortilla fue en la terraza de un hotel de cinco estrellas con vistas al mar y el champán que corrió como si fuera sangría era Dom Perignon. Y así casi todo. Además, si vas por la vida de futbolista del Madrid sin mirar los precios de la carta allá tú, pero luego no des el coñazo.

A nadie ves colgar indignado la foto de un ticket de 500 euros por una camiseta de Loewe o de la escritura de compra de una casa por dos millones de euros. Es en la comida, aprovechando su potencial populista, donde arraiga este novedoso formato de queja. En Italia no pasa un trimestre sin incendio mediático por el precio de una pizza. Flavio Briatore, al frente ahora de una nueva cadena de pizzerías, Crazy Pizza, es el protagonista de la última. Acaba de abrir local en Milán y astutamente ha provocado una polémica promocional aprovechando el fenómeno. El proceso es el habitual: la foto del ticket arrugado de un Crazy Pizza compartida en Twitter por un napolitano escandalizado tras pagar 15 euros por una pizza margarita, Briatore que ve la oportunidad y responde con un video cuestionando la calidad de una pizza de 5 euros y los pizzeros napolitanos entrando al cebo en manada como truchas de piscifactoria en tarde de pesca en familia.

Aunque parezca raro, en Nápoles es normal comer una excelente pizza margarita o marinera por 5 euros, incluso en estos tiempos inflacionistas. Cuestionar su calidad o su precio es como mentarle la madre a un napolitano, más si viene de un piamontés bronceado en invierno como Briatore. Aunque la polémica sea tan absurda como todas las anteriores y venideras, si hay que elegir patria y trinchera es difícil no simpatizar con la causa napolitana. Pocos placeres a la altura de una margarita por la calle en Napoles, doblada en cuatro, por la mitad y luego otra vez por la mitad formando un grueso triángulo, o cortada en porciones grandes para comer en mesa, pero siempre con las manos y una cerveza. Es complicado recomendar solo una pizzería en Napoles, incluso solo diez. Por citar algunas, Starita, en el barrio de Materdei, donde Sophia Loren se consagró en un papel de cocinera en El oro de Nápoles y hoy se sigue haciendo una de las mejores pizzas de la ciudad; Brandi, la cuna de la margarita, en el inicio de la subida a Santa Ana di Palazzo desde Chiaia; la terraza de La Notizia o de Sorbillo, con su bullicio de noche estival de plaza de pueblo en el Luongomare; Di Matteo, con su cola irresoluble cortando el paso a los turistas de la vía dei Tribunali; el purismo de Da Michele, en la zona del Rettifilo, vendiendo nada más que margarita y marinera; 50 Kalo, tal vez la mejor del momento, tras un paseo por el Cariaccolo siguiendo la orilla del Adriático hasta Mergellina.

Hay razones para que una pizza margarita de calidad sea tan barata en Napoles. Su masa no necesita mucha harina, es agua en casi tres cuartas partes, y se hornea en una santiamén tras cubrirla con tomate San Marzano, fior de latte de Agerola o mozzarella, según el gusto del pizzero, unas hojas de albahaca fresca y un poco de aceite de oliva virgen extra. Los locales no están decorados por Patricia Urquiola, los manteles y servilletas son de papel y, sobre todo, venden sin parar, la gente no se eterniza en sobremesas y las colas de la entrada se despejan rápido. La pizza napolitana nació barata, en los barrios más humildes de una ciudad que Curzio Malaparte definió como «la única que no se ha sumergido en el cruel naufragio de la civilización». En ese contexto resiste con éxito un modelo de negocio tradicional y popular, de calidad y al alcance de todos, con el orgullo de hacer todavía las cosas como siempre se hicieron.