La Pizarra: Un Oviedo sin red

Pablo Fernández OVIEDO

AZUL CARBAYÓN

Sergio Egea en el banquillo de Riazor
Sergio Egea en el banquillo de Riazor César Quian

Analizamos en cinco claves la derrota del conjunto carbayón ante el Deportivo

20 ago 2019 . Actualizado a las 09:54 h.

Un buen amigo suele decir que el fútbol en agosto tiene más de agosto que de fútbol. Y tiene razón. Todos los errores, individuales o colectivos, que se pueden dar en una primera jornada deben cogerse con pinzas porque sacar conclusiones no tiene sentido. El problema llega cuando no se ve una intención. El Real Oviedo, que a falta de ciertos retoques tiene plantilla de sobra para ser un hueso en la categoría, no tiene claro qué equipo ser. O eso se vio el domingo en Riazor. Si a esto le unes una preocupante falta de competitividad cerca de su propia portería, la red desaparece y la derrota pasa a ser el resultado más lógico. 

El inicio esperado

Deportivo y Real Oviedo saltaron al césped de Riazor y jugaron unos primeros minutos propios de la jornada inaugural del curso. El ritmo era lento, las acciones técnicas no resolvían problemas y el no cometer riesgos pasaba a ser una prioridad para los 22 futbolistas. Durante 15 minutos no pasó nada en el estadio coruñés. 

A pesar de esto, Mamadou Koné comenzó a demostrar que tenía uno de esos días. El marfileño, gran jugador castigado por las lesiones año tras año, estaba a gusto sobre el césped incordiando a Carlos Hernández y Christian, muy perdidos cuando perseguían al delantero blanquiazul por todo el frente de ataque. La idea del Dépor era meter a Valle, Aketxe y Galán por dentro, hacer dudar a Diegui y Mossa y dejar el carril libre a los laterales Caballo y Bóveda. La idea del Oviedo era más difusa. 

La no presión azul y el jardín de Gaku

Avanzaban los minutos y el Deportivo de Juan Antonio Anquela ganaba confianza en los inicios de juego, algo que empujaba al Real Oviedo a dar un paso adelante. Esto fue lo peor que le pudo pasar al equipo de Sergio Egea. Lolo González y Tejera, interiores por delante de Edu Cortina, saltaban a la presión sin saber qué había detrás y los espacios aparecían. Cuando aprietas a esa altura, o el resto de líneas acompañan o estás muerto. Pasó lo segundo.

El descontrol era tal que un simple saque de puerta con la mano de Dani Giménez dejaba fuera de la jugada a los interiores azules (Lolo y Tejera tapaban a Gaku y Bergantiños) y Galán, Aketxe y Valle recibían por dentro con muchos metros por delante. En frente un Cortina desbordado y una defensa de cuatro perdida ante tanto movimiento entre líneas de sus rivales. Por si fuera poco, cuando el Oviedo decidía esperar un poco más aparecía el talento de Gaku. El japonés, a base de conducciones y paredes, superaba líneas con facilidad y generaba situaciones de peligro en tres cuartos.

Ortuño y Sangalli: los brotes verdes

Cosas del fútbol, el 1-0 (mal Alfonso) llegó en una acción puntual que poco tuvo que ver con lo antes comentado. Ya por detrás en el marcador, los de Sergio Egea recurrieron a dos fichajes para intentar asustar al Deportivo. La solución a la falta de ideas en el juego posicional se llamaba Alfredo Ortuño. El de Yecla, jugando casi siempre de espaldas a la portería de Dani Giménez, era superior a los centrales del Dépor y constantemente bajaba el balón para luego darle continuidad, bien dejando de cara o abriendo a un costado.

Marco Sangalli era la siguiente casilla del tablero. El extremo estuvo muy activo desde el principio, buscando a Caballo tanto por fuera como por dentro y cargando el área cuando la jugada partía desde banda izquierda. El donostiarra se entendió bien con Diegui y por ese perfil el Oviedo hizo sufrir al Deportivo.

Un ajuste diferencial

Saúl Berjón, perdido durante el primer tiempo, se activó y el conjunto carbyón vio la luz. Cuando el ovetense está bien no necesita de sistemas que le potencien (aunque siempre son bienvenidos). Coge el balón e inventa. Gracias a eso Ortuño pudo empatar, pero Giménez lo evitó con sus piernas. El mazazo llegó cuando el Dépor, que casi no había enlazado dos pases tras el descanso, se aprovechó de un nuevo duelo ganado por Koné para que Aketxe, el jugador de la categoría al que nunca puedes dejar libre de marca en la frontal, chutara a placer libre de marca desde la frontal. 

Egea movió el árbol, dio entrada a Samuel Obeng y Lolo González volvió a una posición reconocida por su fútbol. El gaditano, que puede llegar pero sufre mucho si tiene que estar, dejó de jugar de espaldas a portería en tres cuartos de campo y como pivote se encontró a si mismo. La reacción llegó cuando todo el oviedismo firmaba el 2-0 y no caer goleados. El Deportivo demostró estar muy verde todavía y el Oviedo, con Obeng y Ortuño en punta, Saúl revoloteando y Sangalli fijando en derecha, empató el encuentro y amagó con salir vencedor.

Sin red no hay puntos

La grada visitante era un hervidero al ver que el Real Oviedo estaba más cerca de la victoria que el Deportivo. Fue entonces cuando, de un balón largo de Lambropoulos sin mucha más intención que alejar el peligro de su área, Christian Santos marcó el 3-2. La acción técnica fue de mucho nivel, pero volvió a evidenciar una fragilidad impropia del fútbol profesional.

En estas primeras fechas del curso, juegues con ritmo o no, tengas una idea clara de lo que quieres o todavía la estés buscando, los duelos individuales, las marcas en centros laterales o el cerrar una línea de pase cerca de tu área cobran mucha más importancia de lo normal. Las acciones defensivas más simples se convierten en la única arma de la gran mayoría de equipos. Si fallas en eso la victoria se convierte en una quimera. No hay red que te salve. Y eso fue lo que le pasó al Real Oviedo en Riazor