El amargo trago del coronavirus: «Nunca voy a volver a ser la de antes»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

ASTURIAS

Ruth del Río, a la izquierda, y Carmen Vega, a la derecha, a pesar de haber pasado el coronavirus aún tienen sus secuelas
Ruth del Río, a la izquierda, y Carmen Vega, a la derecha, a pesar de haber pasado el coronavirus aún tienen sus secuelas

Las asturianas Carmen Vega y Ruth del Río, tras haber pasado la enfermedad, relatan cómo deja secuelas que impiden llevar una vida normal

16 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante más de siete días, la naveta Carmen Vega estuvo sin dormir pensando que si lo hacía nunca volvería a despertar. Empezó a sentirse mal a principios de octubre, pero no lo suficiente como para ir al médico. «No tenía tos ni fiebre, solo una fuerte diarrea», relata. De repente empezó a ahogarse y fue ingresada directamente en la UCI. Tenía una neumonía bilateral por covid. Los médicos apenas le daban horas de vida. Pero, tras 21 días intubada y sedada lograron estabilizarla y pasó a planta. «En ese momento tenía la cabeza perdida porque no entendía nada. Aún sigo sin recordar cuándo me sacaron de casa», señala. Allí estuvo más de un mes antes de que le diesen el alta. Vega, de 61 años, consiguió superar la enfermedad, pero no sus secuelas, que le impiden llevar una vida normal.

«Tuve que aprender a vivir de nuevo. Primero a caminar porque cuando me dieron el alta no me mantenía en pie ni un segundo y además no me podía levantar sola de la cama», reconoce. «Tampoco cogí el teléfono durante 15 días porque no era capaz de hablar y me fatigaba mucho», añade. Aunque la naveta ya ha ido recuperándose poco a poco, cada día encuentra algo nuevo. «Los médicos me dijeron que durante los seis primeros meses iba a notar las consecuencias. Ahora tengo una infección en el pericardio, me duele muchísimo un pie, pierdo momentáneamente la memoria, me cuesta mucho respirar, estoy cansada y desarrollé el síndrome de piernas inquietas», detalla.

Aunque por sí solas las secuelas no parecen graves, en su conjunto suponen un gran obstáculo. «Estuve cuatro meses sin salir a la calle porque es un cúmulo de cosas, que ninguna es buena. Me limitan muchísimo y me generan mucha tristeza porque no tienes ganas de vivir. Me siento inútil y pienso que no voy a volver a ser la de antes nunca», lamenta Vega. Pese a que su situación de riesgo, puesto que es diabética y tiene sobrepeso, le obligó a tener especial cuidado para no infectarse, «apenas salía, no me relacionaba casi con nadie», Carmen Vega se contagió. No sabe dónde porque, al fin y al cabo, «no lo coges tú, te coge él a ti por donde sea».

Por el momento Vega tiene anticuerpos y estos, según los expertos, le durarán entre seis y ocho meses. Pero, aun así, tiene miedo. «El médico me explicó que después de que te pasen los anticuerpos, el organismo queda con una memoria y reacciona cuando ve un peligro. Pero, claro, esta enfermedad es tan nueva que nada se sabe», explica, añadiendo que «estoy deseando que me vacunen para ver si esto acaba de una vez por todas».

Mientras tanto, exige responsabilidad ciudadana, «todos tenemos que colaborar y cuidarnos, no solo a nosotros mismos sino también de nuestros seres queridos porque esta enfermedad no es ninguna broma», y despotrica contra aquello que niegan la existencia del coronavirus. «Me gustaría que pasasen por la UCI para que vean y sepan lo que supone». Al mismo tiempo, Vega denuncia la incongruencia de las decisiones políticas. Me dolió mucho lo de salvar la navidad porque lo importante es salvar la gente que se está muriendo. Esto va a pasar, de una manera u otra, pero lo pasaremos», sentencia.

También Ruth del Río es testigo de las secuelas que provocan el coronavirus. Después de un mes de haber dado negativo en la PCR, «aún no he recuperado totalmente el olfato ni el gusto» asegura, explicando que lo peor es la fatiga. «Es como si notases que los bronquios y la tráquea se te hubiese estrechado. Me resulta complicado subir escaleras y si hago mucho esfuerzo ya noto que me ahogo», relata. Una sofocación que también sufre cuando habla rápido o durante mucho tiempo: «Te cuesta coger aire». Por eso, durante días, incluso en el trabajo, utilizó solo la mascarilla quirúrgica, ya que apenas conseguía respirar.

Esta enfermera del HUCA de 42 años, a pesar de llevar a cabo todas las precauciones posibles, se contagió el pasado 31 de diciembre. En su caso tuvo «suerte» porque apenas tuvo síntomas graves, aunque, eso sí, fueron fuertes. «Me dolían muchísimo los huesos, los músculos y, la piel. Te molestaba hasta el pijama puesto. Fueron pocos días, pero era muy incómodo. También perdí el olfato y el gusto y me costaba respirar», detalla. Además, Del Río indica que en ese momento tenía la menstruación y «sangré muchísimo, era algo anormal».

Todo ello sumado a su experiencia como sanitaria hacen que Ruth del Río no comprenda que aún haya negacionistas. «Lo pasas mal y estás preocupado por si la enfermedad va a más o si has contagiado a tu familia o algún ser querido. Además, en el hospital vemos como gente super joven, de 30 y 40 años, salen de la UCI muy debilitados. Quedan como trapos», reconoce. «Les daba una vuelta por el hospital y la UCI para que viesen realmente la situación», sentencia.